Un accidente aéreo generalmente obedece a la conjunción de varios factores. Muchas de esas fallas son previsibles y por esa razón se realizan varias revisiones a cada aeronave con diferente intensidad y exámenes periódicos y rigurosos a las tripulaciones.
El desastre ocurrido el martes en la madrugada muestra, hasta el momento, varios elementos que deben ser considerados: West Caribean es una empresa en problemas, tanto que actualmente está bajo supervisión financiera de la Superintendencia de Puertos.
Otro asunto es que su flota está inmovilizada por cuenta de algunas fallas que se detectaron en el mantenimiento y operatividad de los aparatos. La empresa tenía, hasta hace poco, 6 aviones funcionando: pero en marzo pasado, uno de sus aviones pequeños colisionó a los pocos segundos de haber despegado del aeropuerto de Providencia. De los cinco aviones restantes, cuatro estaban en los hangares y solo uno, el HK 4374, estaba cubriendo las rutas asignadas a la compañía.
¿Cómo es posible que una empresa de vuelos comerciales, con frecuencias e itinerarios claramente definidos por las autoridades, pueda funcionar con un solo avión? ¿Porqué ese avión siguió volando después de presentar numerosas fallas en los recorridos que hizo pocas horas antes del accidente?
Cuando Aces cerró operaciones, los accionistas fundadores decidieron conformar una nueva empresa que volvería a cubrir las rutas regionales que hicieron fuerte a Aces en su momento. Pero los obstáculos burocráticos han impedido que esa nueva aerolínea, que tendría la posibilidad de adquirir varios aviones, pueda entrar en funcionamiento. Entonces, resultan difíciles de entender las razones por las que una aerolínea, con un solo aparato, sigue funcionando, mientras que otra con grandes posibilidades no puede despegar.
Pero centrémonos en West Cariben Airlines. El capitán Ospina, quien comandaba el aparato siniestrado, llevaba varios meses sin recibir sueldo al igual que su tripulación. Además, algunos pilotos que trabajaron con la empresa han denunciado la reiterada violación a las normas internacionales de aeronáutica civil, como exceso de peso, recarga laboral para las tripulaciones y, sobre todo, deficientes procesos de mantenimiento. Se sabe que West Caribean extraía partes de sus aviones en tierra como repuestos para su único avión en el aire, como lo reconoció el propio director de la Aeronáutica civil, Fernando Sanclemente. Que alguien instale repuestos usados en su vehículo resulta peligroso y poco rentable: pero en un avión el asunto pasa por la seguridad de centenares de personas que abordan el aparato con la tranquilidad de utilizar una aeronave en perfectas condiciones, con refacciones nuevas y con una tripulación al 100% de sus condiciones y capacidades.
Al margen de los resultados que arrojen las investigaciones de la FAA, lo cierto es que este accidente dejó al descubierto la manipulación de los protocolos de seguridad aérea en Colombia. También demuestra la bondad del decreto que intenta impedir que los candidatos a un puesto sean discriminados por su edad, pues el copiloto era un joven de 21 años de edad con solo mil horas de vuelo, esto es, solo 175 días de experiencia de acuerdo con los horarios establecidos por el Reglamento de la Aeronáutica Civil: obviamente le salió más barato su contrato a la empresa en problemas, pero alguien con mayor experiencia y trayectoria hubiese podido evitar este accidente al negarse a volar un avión que venía fallando y que tenía, tan solo el día del siniestro, 19 horas de vuelo. Pero claro, la inexperiencia y la necesidad de hacer carrera, con un salario bajo que igual no le venían pagando, pudieron influir en decisiones equivocadas y en la capacidad de respuesta en un momento crítico como una emergencia en el aire.
La investigación entregará las causas del accidente: falla de ambas turbinas por combustible contaminado (que fue suministrado en el aeropuerto panameño); explosión de uno de los motores y mala gestión de la tripulación para enfrentar y sortear la emergencia. Pero aquí estamos hablando de vidas, de 160 familias que perdieron (por negligencia, mala gestión administrativa, pésimos controles estatales y decisiones absurdas) a uno o varios de sus seres queridos. Por lo pronto, lo único que apacigua el mal sabor es la posición del director de la Aeronáutica Civil, Fernando Sanclemente, quien afirmó que “el asumía toda la responsabilidad por las fallas que se pudieron presentar y que desembocaron en el accidente del avión”.
El desastre ocurrido el martes en la madrugada muestra, hasta el momento, varios elementos que deben ser considerados: West Caribean es una empresa en problemas, tanto que actualmente está bajo supervisión financiera de la Superintendencia de Puertos.
Otro asunto es que su flota está inmovilizada por cuenta de algunas fallas que se detectaron en el mantenimiento y operatividad de los aparatos. La empresa tenía, hasta hace poco, 6 aviones funcionando: pero en marzo pasado, uno de sus aviones pequeños colisionó a los pocos segundos de haber despegado del aeropuerto de Providencia. De los cinco aviones restantes, cuatro estaban en los hangares y solo uno, el HK 4374, estaba cubriendo las rutas asignadas a la compañía.
¿Cómo es posible que una empresa de vuelos comerciales, con frecuencias e itinerarios claramente definidos por las autoridades, pueda funcionar con un solo avión? ¿Porqué ese avión siguió volando después de presentar numerosas fallas en los recorridos que hizo pocas horas antes del accidente?
Cuando Aces cerró operaciones, los accionistas fundadores decidieron conformar una nueva empresa que volvería a cubrir las rutas regionales que hicieron fuerte a Aces en su momento. Pero los obstáculos burocráticos han impedido que esa nueva aerolínea, que tendría la posibilidad de adquirir varios aviones, pueda entrar en funcionamiento. Entonces, resultan difíciles de entender las razones por las que una aerolínea, con un solo aparato, sigue funcionando, mientras que otra con grandes posibilidades no puede despegar.
Pero centrémonos en West Cariben Airlines. El capitán Ospina, quien comandaba el aparato siniestrado, llevaba varios meses sin recibir sueldo al igual que su tripulación. Además, algunos pilotos que trabajaron con la empresa han denunciado la reiterada violación a las normas internacionales de aeronáutica civil, como exceso de peso, recarga laboral para las tripulaciones y, sobre todo, deficientes procesos de mantenimiento. Se sabe que West Caribean extraía partes de sus aviones en tierra como repuestos para su único avión en el aire, como lo reconoció el propio director de la Aeronáutica civil, Fernando Sanclemente. Que alguien instale repuestos usados en su vehículo resulta peligroso y poco rentable: pero en un avión el asunto pasa por la seguridad de centenares de personas que abordan el aparato con la tranquilidad de utilizar una aeronave en perfectas condiciones, con refacciones nuevas y con una tripulación al 100% de sus condiciones y capacidades.
Al margen de los resultados que arrojen las investigaciones de la FAA, lo cierto es que este accidente dejó al descubierto la manipulación de los protocolos de seguridad aérea en Colombia. También demuestra la bondad del decreto que intenta impedir que los candidatos a un puesto sean discriminados por su edad, pues el copiloto era un joven de 21 años de edad con solo mil horas de vuelo, esto es, solo 175 días de experiencia de acuerdo con los horarios establecidos por el Reglamento de la Aeronáutica Civil: obviamente le salió más barato su contrato a la empresa en problemas, pero alguien con mayor experiencia y trayectoria hubiese podido evitar este accidente al negarse a volar un avión que venía fallando y que tenía, tan solo el día del siniestro, 19 horas de vuelo. Pero claro, la inexperiencia y la necesidad de hacer carrera, con un salario bajo que igual no le venían pagando, pudieron influir en decisiones equivocadas y en la capacidad de respuesta en un momento crítico como una emergencia en el aire.
La investigación entregará las causas del accidente: falla de ambas turbinas por combustible contaminado (que fue suministrado en el aeropuerto panameño); explosión de uno de los motores y mala gestión de la tripulación para enfrentar y sortear la emergencia. Pero aquí estamos hablando de vidas, de 160 familias que perdieron (por negligencia, mala gestión administrativa, pésimos controles estatales y decisiones absurdas) a uno o varios de sus seres queridos. Por lo pronto, lo único que apacigua el mal sabor es la posición del director de la Aeronáutica Civil, Fernando Sanclemente, quien afirmó que “el asumía toda la responsabilidad por las fallas que se pudieron presentar y que desembocaron en el accidente del avión”.