En el libro de Mauricio Vargas “Tristes Tigres” (Editorial Planeta), el autor relata las constantes negativas del entonces presidente César Gaviria para darle vida al gavirismo y así lograr la continuidad de las políticas que el Presidente había establecido. Era, por decir lo menos, un acto de responsabilidad darle seguimiento y fortalecer temas como la apertura económica, la nueva Constitución y el vuelco a la justicia que se inició justamente en el periodo Gaviria.
Pero no, el ex presidente se negó rotundamente a darle vida al gavirismo e incluso despreció a Humberto de la Calle, quien se perfilaba como candidato a la Primera Magistratura y que representaba, para muchos, la continuidad de las políticas gubernamentales. En cambio apoyó con burocracia a Ernesto Samper.
Este mismo libro cuenta como Gaviria buscó afanosamente ser el Secretario General de la OEA para alejarse del país y de su problemática política y social. Gaviria no quería saber nada de la política colombiana y así se lo hizo saber a muchos de sus colaboradores.
Pero las cosas cambian. El distante Gaviria regresó al país ante la amenaza que significa para el agonizante partido Liberal, la presencia de Uribe como Presidente y como posible candidato a la reelección. Llegó a defender la Constitución después de 14 años de haberla abandonado a su suerte. Llegó a defender al partido Liberal de esos movimientos y pequeños partidos que amenazan la estabilidad democrática del país, cuando fue justamente el partido Liberal el que creó la famosa e ingrata operación avispa, con la que intentaron mantener su posición dominante en la política y en el poder, dejando de lado la ideología, la ética y la dignidad que ahora reclaman a gritos los que crearon y aplaudieron este sistema de conservación politiquera y clientelista.
Gaviria decepcionó como ex presidente que no asumió la responsabilidad de crear un movimiento estratégico para mantener y desarrollar las políticas implantadas durante su gobierno. También decepcionó como líder, ya que debió tener una visión menos arrogante de sus obras y no creerse sus propias palabras cuando le dijo a Humberto de la Calle que “el gobierno ya ha hecho lo que ha hecho, y esa obra se defenderá sola” (Tristes Tigres de Mauricio Vargas, pag 69).
Ahora sale de sus cuarteles de invierno con la supuesta intención de unificar un partido atomizado y con ideologías tan múltiples e irreconciliables como las que existían en la Yugoslavia de Tito: Gaviria quiere un centro democrático o como dice la canción de Alberto Cortés: “y si acaso dejara entrever una leve tendencia izquierdosa”. Piedad quiere irse al Polo (ese es su lugar natural); Serpa, el eterno candidato populista, quiere enarbolar las banderas del socialismo pero que no sea ni chicha ni limonada; Turbay quiere encender la direccional derecha y los Santos no tienen ni idea que van hacer, pues El Tiempo apremia y ya dos de sus familiares están con Uribe y su ideología de derecha.
Así las cosas, Gaviria no tiene un partido sino una colcha de retazos a la que solo podrá aspirar a ponerle un trapo rojo de fondo para intentar cohesionar esos retazos bajo una sola premisa: no importan la ideología, ni los principios, ni los fundamentos de Ezequiel Rojas: importan los cargos burocráticos, las curules y el poder.
Pero no, el ex presidente se negó rotundamente a darle vida al gavirismo e incluso despreció a Humberto de la Calle, quien se perfilaba como candidato a la Primera Magistratura y que representaba, para muchos, la continuidad de las políticas gubernamentales. En cambio apoyó con burocracia a Ernesto Samper.
Este mismo libro cuenta como Gaviria buscó afanosamente ser el Secretario General de la OEA para alejarse del país y de su problemática política y social. Gaviria no quería saber nada de la política colombiana y así se lo hizo saber a muchos de sus colaboradores.
Pero las cosas cambian. El distante Gaviria regresó al país ante la amenaza que significa para el agonizante partido Liberal, la presencia de Uribe como Presidente y como posible candidato a la reelección. Llegó a defender la Constitución después de 14 años de haberla abandonado a su suerte. Llegó a defender al partido Liberal de esos movimientos y pequeños partidos que amenazan la estabilidad democrática del país, cuando fue justamente el partido Liberal el que creó la famosa e ingrata operación avispa, con la que intentaron mantener su posición dominante en la política y en el poder, dejando de lado la ideología, la ética y la dignidad que ahora reclaman a gritos los que crearon y aplaudieron este sistema de conservación politiquera y clientelista.
Gaviria decepcionó como ex presidente que no asumió la responsabilidad de crear un movimiento estratégico para mantener y desarrollar las políticas implantadas durante su gobierno. También decepcionó como líder, ya que debió tener una visión menos arrogante de sus obras y no creerse sus propias palabras cuando le dijo a Humberto de la Calle que “el gobierno ya ha hecho lo que ha hecho, y esa obra se defenderá sola” (Tristes Tigres de Mauricio Vargas, pag 69).
Ahora sale de sus cuarteles de invierno con la supuesta intención de unificar un partido atomizado y con ideologías tan múltiples e irreconciliables como las que existían en la Yugoslavia de Tito: Gaviria quiere un centro democrático o como dice la canción de Alberto Cortés: “y si acaso dejara entrever una leve tendencia izquierdosa”. Piedad quiere irse al Polo (ese es su lugar natural); Serpa, el eterno candidato populista, quiere enarbolar las banderas del socialismo pero que no sea ni chicha ni limonada; Turbay quiere encender la direccional derecha y los Santos no tienen ni idea que van hacer, pues El Tiempo apremia y ya dos de sus familiares están con Uribe y su ideología de derecha.
Así las cosas, Gaviria no tiene un partido sino una colcha de retazos a la que solo podrá aspirar a ponerle un trapo rojo de fondo para intentar cohesionar esos retazos bajo una sola premisa: no importan la ideología, ni los principios, ni los fundamentos de Ezequiel Rojas: importan los cargos burocráticos, las curules y el poder.
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