De vez en cuando aparece un comercial de televisión en el que se pregunta, a grandes rasgos, ¿qué sería de Colombia sin la cultura? Un televidente desprevenido podría pensar que este país sería mucho peor de lo que es. Otro, más optimista, diría que hay que defender nuestro tesoro cultural para mantener lo que somos y crecer.
Voy a dar una pista de la cultura que se está defendiendo: el comercial es programado en los canales privados y lo patrocina la Unión colombiana de empresas publicitarias, Ucep.
Otra pista: el comercial comenzó a emitirse después del fuerte debate sobre el TLC que se dio entre la Comisión Nacional de Televisión y los presidentes de los canales privados.
Una última pista: La cultura que se está defendiendo no es la de los Wayúu, ni la de los Koguis, ni tampoco la de los indígenas que todavía poseen un resguardo en cercanías de Cota, Cundinamarca (y digo todavía porque el actual alcalde está haciendo todo lo posible por expropiar esas tierras).
Si señores. La cultura que se está defendiendo es la que nos trae la industria colombiana de la televisión. En el debate mencionado, Pablo Laserna, presidente de Caracol Televisión, aseguró que el TLC pone en peligro la producción colombiana y que los canales tendrían que programar en su parrilla un alto porcentaje de programas norteamericanos. También dejo entrever su preocupación por el empleo que genera la televisión y la difícil situación económica a la que se verían abocados los canales privados.
Hablemos de Caracol. La cultura que defiende y propaga su presidente es la de Pasión de gavilanes, por ejemplo, cuyos actores nunca pudieron encontrar el acento preciso y sus vestimentas no me generaron identidad alguna con algún sitio de nuestra geografía nacional: si me recordaron, en cambio, la ramplonería de las telenovelas mexicanas que se pagan desde Miami. Podría ser la cultura de La guerra de las rosas, con una emisión diaria de 45 minutos de planos cerrados (estrategia televisiva para no mostrar la pobreza visual ni de utilería) y si acaso, unas pocas tomas de las hermosas minifaldas que desfilaron por esa novela. Posiblemente la cultura colombiana se encuentra el Pedro el escamoso, un tipo que a punta de mentiras logra adueñarse de una empresa para después perderla porque la mujer, colombiana por supuesto, lo deja por un argentino. En estos ejemplos solo veo malos estereotipos de los colombianos, pero no cultura.
Miremos entonces a RCN. Jota Mario Valencia se parece cada día más a un conductor de concurso peruano que a un respetable comunicador. La tortura semanal a un colombiano en su programa Sábado espectacular es la muestra del mal gusto y el facilismo de su creador. ¿Qué tiene de cultural ver a un pobre tipo que tiene que comer hígado crudo molido con zanahoria para ganarse un televisor o una aspiradora? Bueno, las tardes de RCN deberían ser más culturales y mejores: El Chavo, con El Chavo, luego sigue El Chavo y, antes del noticiero, un delicioso bocado de El Chavo. Después del noticiero nada mejor que una partida de famosos harapientos para despertar el morbo cultural del público, en el que se muestra la decadencia social pero no la cultura colombiana. Posteriormente La viuda de la mafia nos presenta el mayor acercamiento a la cultura colombiana del que son capaces los productores de televisión colombianos: la narco cultura: con lujosas camionetas, exhibicionismo de decoraciones en cada locación y unos bárbaros con dinero.
Entonces, la cultura que se nos propone defender está resumida en los estereotipos que presentan nuestras novelas, en las hermosas piernas de nuestras actrices, en el egocentrismo de Jota Mario, en El Chavo del Ocho, en la decadencia por hambre de unos que dicen ser famosos o en la narco cultura.
No se puede disfrazar la realidad: nuestra televisión solo programa entretenimiento, algo de drama traído de los cabellos, un poquito de opinión a la media noche y nada más. Si esa es la cultura que tenemos que defender, me quedo con CSI, Monk, La Ley y el Orden (cualquiera de sus tres versiones), ER etc., todas ellas series universales que pueden generar procesos de identidad para divertirnos o cuestionarnos, pero que, al igual que las producciones colombianas, no generan, ni apoyan ni difunden la cultura nacional.
Voy a dar una pista de la cultura que se está defendiendo: el comercial es programado en los canales privados y lo patrocina la Unión colombiana de empresas publicitarias, Ucep.
Otra pista: el comercial comenzó a emitirse después del fuerte debate sobre el TLC que se dio entre la Comisión Nacional de Televisión y los presidentes de los canales privados.
Una última pista: La cultura que se está defendiendo no es la de los Wayúu, ni la de los Koguis, ni tampoco la de los indígenas que todavía poseen un resguardo en cercanías de Cota, Cundinamarca (y digo todavía porque el actual alcalde está haciendo todo lo posible por expropiar esas tierras).
Si señores. La cultura que se está defendiendo es la que nos trae la industria colombiana de la televisión. En el debate mencionado, Pablo Laserna, presidente de Caracol Televisión, aseguró que el TLC pone en peligro la producción colombiana y que los canales tendrían que programar en su parrilla un alto porcentaje de programas norteamericanos. También dejo entrever su preocupación por el empleo que genera la televisión y la difícil situación económica a la que se verían abocados los canales privados.
Hablemos de Caracol. La cultura que defiende y propaga su presidente es la de Pasión de gavilanes, por ejemplo, cuyos actores nunca pudieron encontrar el acento preciso y sus vestimentas no me generaron identidad alguna con algún sitio de nuestra geografía nacional: si me recordaron, en cambio, la ramplonería de las telenovelas mexicanas que se pagan desde Miami. Podría ser la cultura de La guerra de las rosas, con una emisión diaria de 45 minutos de planos cerrados (estrategia televisiva para no mostrar la pobreza visual ni de utilería) y si acaso, unas pocas tomas de las hermosas minifaldas que desfilaron por esa novela. Posiblemente la cultura colombiana se encuentra el Pedro el escamoso, un tipo que a punta de mentiras logra adueñarse de una empresa para después perderla porque la mujer, colombiana por supuesto, lo deja por un argentino. En estos ejemplos solo veo malos estereotipos de los colombianos, pero no cultura.
Miremos entonces a RCN. Jota Mario Valencia se parece cada día más a un conductor de concurso peruano que a un respetable comunicador. La tortura semanal a un colombiano en su programa Sábado espectacular es la muestra del mal gusto y el facilismo de su creador. ¿Qué tiene de cultural ver a un pobre tipo que tiene que comer hígado crudo molido con zanahoria para ganarse un televisor o una aspiradora? Bueno, las tardes de RCN deberían ser más culturales y mejores: El Chavo, con El Chavo, luego sigue El Chavo y, antes del noticiero, un delicioso bocado de El Chavo. Después del noticiero nada mejor que una partida de famosos harapientos para despertar el morbo cultural del público, en el que se muestra la decadencia social pero no la cultura colombiana. Posteriormente La viuda de la mafia nos presenta el mayor acercamiento a la cultura colombiana del que son capaces los productores de televisión colombianos: la narco cultura: con lujosas camionetas, exhibicionismo de decoraciones en cada locación y unos bárbaros con dinero.
Entonces, la cultura que se nos propone defender está resumida en los estereotipos que presentan nuestras novelas, en las hermosas piernas de nuestras actrices, en el egocentrismo de Jota Mario, en El Chavo del Ocho, en la decadencia por hambre de unos que dicen ser famosos o en la narco cultura.
No se puede disfrazar la realidad: nuestra televisión solo programa entretenimiento, algo de drama traído de los cabellos, un poquito de opinión a la media noche y nada más. Si esa es la cultura que tenemos que defender, me quedo con CSI, Monk, La Ley y el Orden (cualquiera de sus tres versiones), ER etc., todas ellas series universales que pueden generar procesos de identidad para divertirnos o cuestionarnos, pero que, al igual que las producciones colombianas, no generan, ni apoyan ni difunden la cultura nacional.
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