Uno de los caminos más difíciles de abrir es el del amor por la lectura. Para los padres de familia resulta compleja la iniciación de los niños en esa área. Primero están los traumas ocasionados por la aburrida lectura de los libros escolares (hay que ser realistas, los libros que leímos obligatoriamente en el colegio eran un buen somnífero pero nunca un estimulante para continuar leyendo). Segundo, porque los libros que nos gustan como adultos, difícilmente pueden cautivar a un niño. Tercero, porque en nuestras bibliotecas hay libros para todos los gustos, pero no para los menores.Las declaraciones para El Tiempo (mayo 12) de Claudia Rodríguez, estudiosa del tema y funcionaria de Fundación para el Fomento de la Lectura (Fundalectura), demuestran las carencias y los pocos fundamentos que tenemos los colombianos para leer. Dice ella que “en esto hay que abrir la perspectiva, pues se cree que la gente con la lectura se salva y que las sociedades se transforman si todos los individuos son lectores. Es una aspiración de orden cultural pero no todo el mundo lo puede ser, no todos tienen por qué ser lectores literarios o llegar a ser grandes pensadores o leer para ser mejor”.Es peligroso desconocer que la educación se fundamenta en la lectura y es justamente la educación la que puede transformar una sociedad. Nadie aspira a tener toda una nación de grandes pensadores, pero si es evidente que la lectura hace mejores seres humanos. Por lo menos la lectura genera pensamiento, intentos de interpretación y cuestionamientos, todos procesos válidos para el conocimiento. Mi maestro Andrés Hurtado decía: “a mayor cultura, mayor sensibilidad” y no podemos desconocer que la falta de sensibilidad es una de las peores carencias de los colombianos.En lo que si coincido con la señora Rodríguez es en la inconveniencia de excluir algunas áreas de lectura, pues en su momento y frente a cada individuo, dichas lecturas inciden en el desarrollo intelectual de la persona. Pero descalificar la lectura como elemento fundamental en la construcción de una nación, es desinformar a los colombianos y patrocinar la mediocridad intelectual. Lo que más extraña es que esas declaraciones provengan de una funcionaria que labora en una entidad que fomenta la lectura.El reto es todo lo contrario: promover la lectura desde la tierna infancia, pero buscando los libros y textos que estimulen al niño, que exciten su sed de conocimiento, que le generen la ambición de devorar un libro. Y esa tarea es de los padres y de los maestros.Mi hija de 6 años es una lectora en formación. Desde mi ignorante perspectiva el primer libro que podía leer, sin ningún problema, era El Principito de Saint-Exupery. Cuando terminó de leerlo lo destrozó con sus críticas y anunció que nunca más volvería a retomar ese libro. Después quise orientarla por el Caballero de la Armadura Oxidada y al terminar de leerlo, mi pequeña se molestó muchísimo con la inclusión de dragones, porque esos animales no existen. Ya vencido recurrí al colegio y comenzaron a enviarme libros escritos para niños como Hip, el hipopótamo vagabundo y otros cuyo nombre he olvidado. Esos libros los leyó con atención, comenzó a lanzar preguntas sobre el tema y aprendió. Ahora ya emprendió la lectura de libros de Richard Bach y le han gustado bastante. De alguna manera esos libros pueden ser considerados de superación personal, (área literaria que detestan los buenos lectores) pero lo cierto es que primordialmente los padres necesitamos generar el gusto por la lectura y luego orientar la selección exigente de los textos que vayan a leer.Gran parte de los problemas sociales de algunas naciones tienen que ver justamente con el bajo número de lectores: no es gratuita la proporcionalidad que indica que a mayor número de lectores, mayor desarrollo social y económico. Hay que incentivar la lectura, hay que cuidar el tipo de lectura que hacen nuestros niños y adolescentes, porque sabemos que algunos libros envenenan el alma y otros requieren de sólidas bases académicas para enfrentarlos; pero por sobre todo hay que promover masivamente el hábito de leer, como una de las pocas alternativas que tenemos los colombianos para salir del letargo cultural, social, intelectual y político en el que estamos sumergidos.
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