sábado, abril 23, 2005

Iglesia y ONU felices con las paridoras múltiples

“El Vaticano prohibió los anticonceptivos,
prefieren niños con hambre que un preservativo,
y las cigüeñas trabajan a dobles turnos,
pensarán abrir sucursales en Saturno.”
El Noticiero de Ricardo Arjona

El revuelo que ha causado la medida de esterilizar a tres mil mujeres voluntarias en Cúcuta antes de finalizar el año, preocupa por la posición reaccionaria de muchos frente al tema.
La Iglesia dice que esta campaña “cierra las posibilidades reproductivas y favorece la promiscuidad”. Sobre el cierre de las posibilidades reproductivas, justamente de eso se trata, de evitar que esas mujeres, todas sin recursos, traigan niños a aguantar hambre y a trabajar desde su más tierna infancia bajo el erróneo concepto según el cual, “cada niño viene con el pan (o la arepa en Antioquia) debajo del brazo”.
En cuanto a la promiscuidad, estoy convencido que la posibilidad de un embarazo no frena a la mayoría y que el disfrute del sexo, o del amor, es una decisión personal e intransferible de los seres humanos. Tampoco se les puede negar el derecho al disfrute de la sexualidad a las mujeres, por ser pobres: aunque es lo que sucede hoy por hoy, es una actitud humillante que discrimina a la mujer por su condición social: si tiene dinero, puede tener sexo seguro, pero si es pobre, mijita a abstenerse y ya. Entonces, la opción para esas mujeres es tener hijos al por mayor o proceder al asesinato (alias aborto) en sitios oscuros y mal atendidos.
La posición de la Iglesia olvida a la mujer y le niega sus derechos en todo el planeta. Por ejemplo en África, continente azotado por la epidemia del Sida, los obispos optaron por recomendar la abstinencia y condenar el preservativo, pese al peligro mortal de no utilizar condones. El resultado: la epidemia se ha extendido, porque los ciudadanos africanos, en su mayoría, no tienen acceso a la información sobre los peligros del Sida y tampoco tienen clara la condena a muerte en caso de contraer el virus de la inmunodeficiencia humana. Solo ven a la mujer como objeto sexual y usan o abusan de ella: una mujer casada fue violada por un militar. Bajo la amenaza del fusil, ella tuvo que decidir entre la vida o su dignidad. Prefirió lo primero. El violador era portador del VIH. Días después el marido llegó a casa y le exigió el cumplimiento de sus deberes conyugales. Ella se tuvo que decidir entre contarle la historia que por machismo no le creería o ceder a los deseos sexuales del marido. Optó por lo segundo. Como eran católicos, no utilizaron el condón. Ella quedó embarazada. A los dos años, ella, el marido y la bebé fueron diagnosticados cero positivos. En las culturas africanas, cuidarse, abstenerse o NO VIOLARLAS, no está contemplado en el código machista que es patrocinado, indirectamente, por la Iglesia católica.
En el caso colombiano, contar con que la gente se informe e instruya frente a los derechos sexuales y reproductivos en un país cuyas carencias son alarmantes es, por lo menos, ingenuo y peligroso. Ingenuo porque incluso en las clases más pudientes e informadas hay embarazos no deseados. La diferencia es que hay dinero para el aborto quirúrgico o para los medicamentos abortivos. Peligroso, porque una mujer tiene derecho a ser mamá y sentirse orgullosa de esa tarea, teniendo el tiempo, el afecto y la tranquilidad para ejercer adecuadamente su labor. Pero si no tiene recursos para mantenerse, la maternidad se convierte en una cruz que difícilmente puede cargar. Entonces, la mujer también tiene derecho a declinar ante la posibilidad de la maternidad, siendo esto un acto de amor y de responsabilidad.
Pero la ONU también entró en la discusión y dice que promover solo un método atenta contra los derechos de las mujeres, ya que deben ofrecerse por lo menos tres métodos para que escojan. Claro, las mujeres con recursos económicos y conocimientos suficientes pueden escoger, la mayoría bajo supervisión médica, las pastillas, la inyección, la T o la esterilización. Pero esa no es la realidad de la mayoría de mujeres colombianas: muchas no tienen idea de los métodos y otras, así tengan la información, no poseen los recursos para el sostenimiento de terapias anticonceptivas como las pastillas o la inyección.
Creo que en fondo de esta discusión está el machismo y el proyecto de reducir a las mujeres a paridoras sin cerebro (algo parecido al proyecto delgadez denunciado por Lucrecia Ramírez). Que el Estado promueva y subsidie por lo menos una alternativa de anticoncepción es un gran logro, porque es una posibilidad cierta para comenzar a reducir el número de niños en la calle, con sus caritas sucias, pidiendo una moneda o trabajando en una cantera, como ocurre en Nemocón.
De igual forma, descalificar esta campaña es condenar a esas mujeres a la maternidad múltiple. Porque los hombres solo se dedican a condenar las campañas, a no utilizar preservativo y a dar la espalda cuando hay un embarazo de por medio. Decidamos: o se busca una forma de control o el Estado y sus contribuyentes nos metemos la mano al bolsillo para sostener, alimentar, educar y formar a esos niños que nacen condenados a la pobreza extrema. O peor, nos enfrentamos a debatir el tema del aborto con las consecuencias sicológicas y la carga emocional permanente que les trae a las mujeres el tomar esa decisión.

1 comentario:

Atrabilioso dijo...

NOTA DE LA DIRECCIÓN:
Creo que se debe respetar el derecho a decidir de las mujeres que optan por la esterilización, máxime si se tiene en cuenta que en el caso de Cúcuta, son mujeres abandonadas con cuatro o más hijos. Las campañas de esterilización no se dan en los estratos altos, sencillamente porque ellas abordan el problema sin necesidad de la participación del Estado. Pero la esterilización en mujeres de altos ingresos es real y creciente. Además, los ingresos abundantes les permiten ofrecer una buena calidad de vida a sus hijos, esducación, salud y bienestar. La conciencia económica hace que las parejas de las clases media y alta asuman la decisión de cuántos hijos pueden mantener.