La decisión de las Farc de asesinar al presidente Uribe es una completa insensatez, pues de cumplir este propósito, tendrían que asumir un costo sociopolítico, nacional e internacional, de incalculables proporciones.
Si las Farc asesinaran al Presidente conseguirían, en primer lugar, cohesionar al país en torno a la destrucción de la guerrilla. Si ahora hay debate y algunas voces aisladas piden diálogo, con la muerte de Uribe se acabaría la polarización y esas voces serían acalladas y señaladas directamente como cómplices del magnicidio. Además, creo que muy pocos se atreverían a cuestionar las acciones militares en contra de los terroristas después del asesinato del Presidente. Otro cálculo que no han hecho las Farc es que eliminando a Uribe lo convierten en mártir y los colombianos comenzarían a ver, como ocurre con todos los muertos, solo las cosas buenas y sería apreciada, y hasta entendida por la mayoría, su obsesiva gestión para acabar con la guerrilla.
Lo cierto es que el embeleco de las Farc de asesinar al Presidente también fortalece la imagen mesiánica de Uribe, pues los colombianos vemos como reta a diario a la guerrilla más antigua y mediocre del mundo. Lo peor es que al emprender estas acciones, las Farc le envían un recordatorio a toda la Nación sobre los motivos para elegir a Uribe hace casi tres años: rememoran una guerrilla desenfrenada escalando el conflicto, aumentando secuestros y manejando cultivos ilícitos, en zonas en donde no podía hacer presencia el Estado.
Lo más grave es que las Farc no consideran la posibilidad de replegarse (nunca lo han hecho). De emprender ese repliegue, perderían la dinámica guerrillera inherente a su naturaleza y desecharían del todo el escaso ascendente social que aún conservan.
Todo lo anterior demuestra que la estrategia de Uribe ha funcionado muy bien y tiene contra las cuerdas a la guerrilla (para eso lo elegimos). Esa estrategia no se llama Seguridad Democrática ni Plan Patriota: la estrategia busca arrinconar a las Farc, ahorcarlos en su propia cuerda para quitarles poco a poco el oxígeno y llevarlos a la desesperación de cometer continuos errores imperdonables frente a la Nación y frente a la comunidad internacional. Esto es evidente en el caso Toribío, cuya toma ha generado el rechazo de la comunidad internacional por la violación del DIH: desconocieron el principio de distinción entre civiles y combatientes, asesinaron a un niño de 10 años y ocuparon una escuela para atrincherarse: La ONU, Human Rights Watch y Amnistía Internacional ya condenaron el hecho.
Sin embargo, tantos intentos fallidos demuestran que la amenaza de las Farc es seria y que el Presidente debe dejar de lado el heroísmo y comenzar a pensar como Primer Mandatario y no como el ciudadano Uribe. Esto significa que debe asumir la misma responsabilidad en cuanto a su seguridad que, por obligación, tiene que enfrentar un presidente de los Estados Unidos. Sería bueno que uno de los asesores presidenciales le recordara a Uribe que él ya no es un ciudadano común y que ostenta la dignidad presidencial, con derechos y deberes. En Estados Unidos, el Presidente solo le debe obediencia a una persona sobre el planeta: a su jefe de seguridad, quien le dice a donde ir y a donde no; como y en qué momento moverse; a quienes debe y a quienes no debe saludar... en fin, el jefe de seguridad de la Casa Blanca es acatado y obedecido sin chistar: si el Presidente está en una reunión y hay una amenaza, el mencionado funcionario puede interrumpirla y, como dicen los gringos, “extraer” al Mandatario para llevarlo a un sitio seguro.
Con la situación actual se evidencia que la cabeza de Uribe tiene un alto precio para las Farc y por eso cualquiera de los mercenarios que trabajan para esa organización está dispuesto a hacer lo que sea para ganarse el dinero: lo ocurrido en Neiva es ya el colmo, pues uno o dos sujetos tuvieron la oportunidad de disparar un cohete contra la “cafetera presidencial”, desde el techo de una casa. El problema, en esta oportunidad, es que no sabían manejar el arma y la accionaron muy temprano. Pero cuidado, que "tanto va el cántaro al agua"...
Si las Farc asesinaran al Presidente conseguirían, en primer lugar, cohesionar al país en torno a la destrucción de la guerrilla. Si ahora hay debate y algunas voces aisladas piden diálogo, con la muerte de Uribe se acabaría la polarización y esas voces serían acalladas y señaladas directamente como cómplices del magnicidio. Además, creo que muy pocos se atreverían a cuestionar las acciones militares en contra de los terroristas después del asesinato del Presidente. Otro cálculo que no han hecho las Farc es que eliminando a Uribe lo convierten en mártir y los colombianos comenzarían a ver, como ocurre con todos los muertos, solo las cosas buenas y sería apreciada, y hasta entendida por la mayoría, su obsesiva gestión para acabar con la guerrilla.
Lo cierto es que el embeleco de las Farc de asesinar al Presidente también fortalece la imagen mesiánica de Uribe, pues los colombianos vemos como reta a diario a la guerrilla más antigua y mediocre del mundo. Lo peor es que al emprender estas acciones, las Farc le envían un recordatorio a toda la Nación sobre los motivos para elegir a Uribe hace casi tres años: rememoran una guerrilla desenfrenada escalando el conflicto, aumentando secuestros y manejando cultivos ilícitos, en zonas en donde no podía hacer presencia el Estado.
Lo más grave es que las Farc no consideran la posibilidad de replegarse (nunca lo han hecho). De emprender ese repliegue, perderían la dinámica guerrillera inherente a su naturaleza y desecharían del todo el escaso ascendente social que aún conservan.
Todo lo anterior demuestra que la estrategia de Uribe ha funcionado muy bien y tiene contra las cuerdas a la guerrilla (para eso lo elegimos). Esa estrategia no se llama Seguridad Democrática ni Plan Patriota: la estrategia busca arrinconar a las Farc, ahorcarlos en su propia cuerda para quitarles poco a poco el oxígeno y llevarlos a la desesperación de cometer continuos errores imperdonables frente a la Nación y frente a la comunidad internacional. Esto es evidente en el caso Toribío, cuya toma ha generado el rechazo de la comunidad internacional por la violación del DIH: desconocieron el principio de distinción entre civiles y combatientes, asesinaron a un niño de 10 años y ocuparon una escuela para atrincherarse: La ONU, Human Rights Watch y Amnistía Internacional ya condenaron el hecho.
Sin embargo, tantos intentos fallidos demuestran que la amenaza de las Farc es seria y que el Presidente debe dejar de lado el heroísmo y comenzar a pensar como Primer Mandatario y no como el ciudadano Uribe. Esto significa que debe asumir la misma responsabilidad en cuanto a su seguridad que, por obligación, tiene que enfrentar un presidente de los Estados Unidos. Sería bueno que uno de los asesores presidenciales le recordara a Uribe que él ya no es un ciudadano común y que ostenta la dignidad presidencial, con derechos y deberes. En Estados Unidos, el Presidente solo le debe obediencia a una persona sobre el planeta: a su jefe de seguridad, quien le dice a donde ir y a donde no; como y en qué momento moverse; a quienes debe y a quienes no debe saludar... en fin, el jefe de seguridad de la Casa Blanca es acatado y obedecido sin chistar: si el Presidente está en una reunión y hay una amenaza, el mencionado funcionario puede interrumpirla y, como dicen los gringos, “extraer” al Mandatario para llevarlo a un sitio seguro.
Con la situación actual se evidencia que la cabeza de Uribe tiene un alto precio para las Farc y por eso cualquiera de los mercenarios que trabajan para esa organización está dispuesto a hacer lo que sea para ganarse el dinero: lo ocurrido en Neiva es ya el colmo, pues uno o dos sujetos tuvieron la oportunidad de disparar un cohete contra la “cafetera presidencial”, desde el techo de una casa. El problema, en esta oportunidad, es que no sabían manejar el arma y la accionaron muy temprano. Pero cuidado, que "tanto va el cántaro al agua"...
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